Cada día es más sencillo notar como los mass media utilizan sin el mínimo descaro (por no decir el gastado cara de tuco) contra sus lectores, oyentes y tele espectadores su más fuerte arma para el lavado de cerebros: el régimen del terror.
Desde la aparición de los medios de comunicación y su vinculación empresarial con los círculos económicos de poder de los estados-nación, se fueron constituyendo como uno de los baluartes para la reproducción sistemática del capitalismo global imperante. Junto al domino del dinero y la bomba, los médiums formaron un trípode sobre el cual descansa la actual hegemonía neoliberal.
¿De qué forma? Sencillo. El dinero que las transnacionales mueven alrededor del mundo, libre de las injerencias de las soberanías territoriales y con el espaldarazo de los agentes del control global como el FMI y Banco Mundial, mantienen en vigencia uno de los mecanismos trascendentales en el imperio globalizado: la desregularización laboral.
Con la facilidad que el mercado da para el ingreso y salida de mercancías (todo menos la fuerza laboral), la compra y venta desproporcionada de la sangre del planeta, el petróleo, hace que los grandes empresarios locales o extranjeros sostengan sus ganancias de los productos derivados, sin el menor reparo en las consecuencias ecológicas que la explotación inmisericorde del recurso natural causa al planeta.
Pero cuando un Estado aplica reformas políticas, sociales, ambientales (como los célebres derechos de la naturaleza) y económicas, como apunta la Nueva Constitución y que atentan contra este sistema, llámense: políticas tributarias fuertes. Erradicación de la flexibilización laboral, participación en los excedentes petroleros, entre otras, surge la tercera pata del eje: los mass media.
Su tarea: causar el llanto y la desesperación. Es muy común escuchar o leer en los últimos días la palabra miedo. Esa sicología del terror, del hacer creer que las acciones de un Gobierno progresista puede afectar a la liberta del individuo es una carrera loca por mermar las esperanzas de un pueblo confundido y que tiene como su única conexión al mundo globalizado la pantalla de su televisor.
La cartelera de los noticieros es repetitiva: periodistas-gurús quejándose de la libertad de opinión publica, Empresarios hablando de la poca inversión extranjera, Una cámara que pernocta día y noche en los mercados para promocionar el aumento de víveres, etc. Todo en busca de crear temor en el ciudadano, miedo al cambio y aferrarse al status quo. Es más, la mayoría hasta adjetiviza la información y no dudan en decir “totalitarismo”, “dictadura” y “comunismo” sin el más mínimo conocimiento de sus significados y connotaciones.
La historia no se equivoca y los resultados están a la vista: Una comunidad mal informada, producto de conceptos tergiversados y que recibe mensajes confusos por parte del Gobierno y sus retractores. Bajo esta situación, no queda otra que el sano aprendizaje: estudiar y conocer por nosotros mismos. La lectura y relectura de los hechos, nos permitirá tener una visión clara del panorama sin los nubarrones que los medios ponen en nuestros ojos, porque lamentablemente, hace muchísimo tiempo, estos perdieron en el horizonte su objetivo central de existencia: informar y educar con la verdad a la sociedad.
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