León

Por un momento, la curiosidad infinita del ser humano pudo más que mi sensatez ideológica. Al estar a pocas cuadras de la Catedral , el ambiente gris de una marea de gente agobiada por la muerte de su líder me fue consumiendo, intrigando, admirando.

Me acerqué hasta la puerta del templo católico y divisé la cola de ingreso. Estaba corta, para lo que había mostrada la prensa 24 horas antes. Lo pensé por un momento y entonces reaccioné, no podía entrar ahí, no debía, no cuajaba en ese ritual.

Entonces recordé mi historia personal con LFC. Siempre lo detesté, desde el primer día que tuve conciencia política. Adverso a los caudillismos e imágenes autoritarias, crecí al calor de la lucha de cientos de actores sociales que veían en León su más acérrimo rival, la otra cara de nuestra ideología política, el enemigo al cual derrotar.

En tiempos donde para mí decir socialcristiano era el peor de los agravios, aprendí a ubicar un gesto de repudio en mi rostro cada vez que lo veía en televisión. Me salía natural, era de esas sensaciones extrañas que nacen de lo profundo del ser sin razón aparente o lógica.

Mientras crecía mi espíritu socialista, se mermaban las fuerzas del caudillo. Su voz ya no era la de antes, sus riendas no guiaban ya el país. Su historia comenzaba a pesar más que su presente. Las ganas de combatirlo de frente en la arena política o crítica quedarían solo en eso: ganas. Eran tiempos completamente disímiles, y yo pertenecía al segundo tiempo complementario.

Pero al final de vida, cuando los seres endiosados vuelven a su cuerpo de mortal, es imposible no ver el lado humano de quien amó y odio a muchos, hizo lo que quiso mientras concentró el poder y persiguió como perro con hambre a sus enemigos: Así era él, hacía lo admitía y nunca se arrepintió.

Talvez esa postura única es la mayor virtud de ese hombre lleno de contradicciones. Fiel a sus convicciones políticas, equivocado o no, jamás miró para la otra orilla. Seguro de sí mismo, supo guiar a miles que como él, creyeron que el neoliberalismo haría surgir al Ecuador. Se equivocó a mi parecer, y redimió sus culpas reestructurando un Guayaquil que había caído en la inoperancia de un PRE vacío y oportunista.

Hoy, toda esa multitud que le agradece liberarlos del Bucaram`s Club, lo llora y lo recuerda. Lejos quedan las violaciones a los derechos humanos en su Gobierno, los escándalos de corrupción, su control total en la administración de la justicia. Al muerto se lo recuerda por lo bueno, y eso los Guayaquileños lo saben bien.

No pude despedirme de León, siquiera nunca lo conocí en persona, pero su figura imponente y desafiante, formó mi crítica total hacia los autoritarismos. A él le debo ser socialista, inconforme, malcriado y contrasistema. Talvez si no lo hubiera detestado tanto, no hubiera jamás imaginado un mundo diferente sin él, un Ecuador diferente para todos. A veces los males nos hacen crecer, y revalorizarnos.

A diferencia de mí, cientos de ecuatorianos le darán el último adiós con el alma acongojada. Bien por ellos. Yo, en lo profundo de mi ser, afirmo que no guardo rencor, no tengo porqué. Mejor un abrazo espiritual para los deudos y familiares. Aquellos que lo conocieron en lo profundo, en lo íntimo, y tienen razones de sobra para recordarlo por siempre. Lo demás, pasará a los anaqueles de la historia, único juez de hombres que como León, marcaron época.

Paz en su tumba

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