Por: ALM
En 1999, los filósofos Michael Hardt y Antonio Negri revolucionaron el mundo de la teoría política con su obra maestra: Imperio. Una suerte de El Capital de Marx para el siglo XXI, muestra una perfecta introducción a lo que sus autores consideran el nuevo orden mundial, lejos de los imperialismos eurocentristas del siglo XIX y estadounidense del siglo XX, más bien, la aparición de una estructura económica política sin un centro de operaciones fijo y con alcances y complejidades que abarcan todo el globo.
Cuando el libro cayó en mis manos y comencé su apasionante lectura, me era complicado acceder a la idea de que el liderazgo mundial de Estados Unidos se veía socavado por una soberanía mundial nueva que acababa la hegemonía de los Estados-nación clásicos y está compuesta por una serie de organismos supranacionales con una idea lógica de dominio: el biopoder, capaz de regular la vida social desde su interior, una especie de administración externa de nuestra propia existencia.
Dicho de manera más coloquial, para estos teóricos, la supeditación que el planeta tiene (o tenía) a Mr. Sam se veía reemplazada por una figura dominante y mundial de una nueva y última fase del capitalismo, donde la relaciones de producción y poder político circulan bajo el control de organismos transnacionales que no responden a las normas de ningún país o estado, sino a la potestad total del libre mercado.
Meses después de la publicación de Imperio, las réplicas a la obra de Hardt y Negri no se hicieron esperar. La mayoría de detractores sostienen que el capitalismo siempre fue concebido como una economía mundial y que por lo tanto quienes vociferan la novedad de un nuevo sistema mundial han comprendido mal la historia del capitalismo. Siendo sincero, Para cuando consumí Imperio, hace unos tres años, mi postura inicial era guiado por estos teóricos fundamentalistas, pero con la nueva recesión mundial y los resultados de una crisis que aún no muestra su peor figura, comienzo a creer que Hardt y Negri tenían razón.
Ubicados en la coyuntura actual, la figura del mundo de estos locos utópicos es decidora. Una crisis económica formada por la especulación masiva de capitales ficticios tiene en jaque a los bancos y empresas más fuertes de la Tierra. Sin posibilidad de un control efectivo por parte del Estado, ni los esfuerzos “socialistas” de los EE.UU. con sus obscenos salvatajes pueden apaciguar la devastación global del crack financiero. A estas alturas, nada puede detener que la masificación del crédito ficticio por bancos con sucursales en todo el mundo y su efecto dominó en los mercados tengan un resultado catastrófico.
Bajo esa condición crítica, poco o nada se puede hacer de manera Individual. Los Estados-nación lo saben y comienzan a atacar el problema con la misma fórmula que la generó, políticas supranacionales urgentes. Primero fue la Unión Europea con su idea de capitalización de la banca para su solvencia económica, ahora la Unasur busca la implementación de créditos por el Banco del Sur y fomentar las bases para una moneda única regional. No es de sorprender que en poco tiempo las Naciones Unidas, esa primera institución jurídica internacional del planeta, busque una solución global para un problema global. Ante mis ojos, la teoría se volvió acción.
¿Qué hacer ahora? Un sistema donde las relaciones globales de poder trascienden fronteras se tornó real y ahora sin espacio a lamentaciones, necesita una respuesta efectiva, inmediata y mundial. No hay espacio a confusos nacionalismos. Evocando una vez más a este libro profético, el contraataque al Imperio debe venir desde su propia estructura, la resistencia y alternativas al poder se generará de las más profundas desigualdades sociales. Es la multitud que se levanta ante el Imperio. Las respuestas hasta el momento tibias de los Estados y movimientos sociales deben sumar esfuerzos, porque lo que viene será duro y nos tiene que agarrar unidos y despiertos. Solo me queda el amargo sabor de saber que lo pudimos prevenir diez años atrás, pero obras como Imperio no son del dominio público. Queda entonces construir en el camino.
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