Por: ALM
Pasé una de las navidades más insípidas de mi vida. Más allá de mi despertar al letargo religioso hace ya varios años, que reducen al mínimo mi sentir espiritual en esa fecha, y la conocida orgía comercial que se desata mundialmente en su honor, algo ensombreció por completo mi capacidad de asombro y reflexión la noche del 24.
Normalmente, yo al igual que miles de almas atormentadas tratamos de alivianar parte de nuestras conciencias con las marketeadas acciones de caridad. Momento preciso para desear más y tener menos. Lejos de la maquinaria consumista que arrastra a la extinción los vínculos fraternos de Nochebuena, Navidad pinta cada año como la excusa perfecta para sentirnos menos indolentes, más asertivos y casi humanos.
Pero en esta ocasión, mis sentidos se negaron a hipocritarze. Si en casi 365 días mis ideas estuvieron tan volcados a una estructura egocentrista y dependiente del yo total, ¿Cómo intentar hacer creer al mundo que el altruismo es un don que aparece casi siempre en las últimas semanas de diciembre?
Me pareció absurdo y patético. La libertad del ser, su autorrealización plena, está en la satisfacción total de sus deseos. Es la utopía del mundo de la abundancia de Marx, esa tierra comunista en la cual Navidad sería todos los días. Con hombres y mujeres completos que utilizan su tiempo y conocimiento para hacer feliz a los demás, sin la espera de una retribución económica o un pedazo de cielo. Pero volviendo a lo real, estamos lejos de ese ideal planetario ¿Si usted como yo, amable lector, nunca se interesó este año que termina en mirar la casa de alado, una mirada compasiva al indigente en el suelo no contaba en sus prioridades, que de sano y auténtico tiene un juguete en Nochebuena?
Me negué entonces a participar de ese teatro, y más bien, me increpé mi petulancia de doce meses hacia mi entorno social. Fui avaro, injusto, quemeimportista y tozudo. Un panorama difícil de cambiar pero no imposible. La vida a la cual tantas veces le damos la espalda nos brinda cada 31 de diciembre la oportunidad de quemar los vicios y comenzar de nuevo. Ah! Entonces tengo una idea ¿y si volvemos a celebrar navidad en Enero? Y febrero, marzo, abril…. el sabor vuelve a mi boca, y mi espíritu.
Con el vaticinio de un año por venir complicado y recesivo, la esperanza de un futuro mejor no debe faltar en la mesa junto al pavo (o lo que haya). Si usted fue uno de aquellos que expió sus pecados con la obra de caridad, es correcto, pero le propongo un trato: No lo veamos como un buen fin de año, sino como el comienzo y ejemplo para el que viene. A lo mejor, es la primera página de un exitoso 2009. Son mis buenos deseos para ustedes, y un alivio para la tortura en mi cabeza.
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