Lunes 15 de septiembre. 20:00. Guayaquil. La nueva derecha ecuatoriana se reúne en uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad (no podría ser de otra forma) para ensalzar a uno de sus mayores exponentes mediáticos, Carlos Vera Rodríguez, al tiempo que utilizan el espacio para integrarse y sentirse fuertes: Aún somos bastantes, aún somos fuerza.
Entre los presentes, biotipos de todo orden: empresarios, políticos-empresarios, exponentes mediáticos-empresarios, deportistas-empresarios, gurús de economía, en fin, un conglomerado de reciclados y afiliados al nuevo poder omnímodo de la palabra, ese que se nutre de la bendición de la “opinión pública” y se santigua bajo el medallón de la “imparcialidad”.
Motivo de celebración: la libertad de expresión en su máxima expresión. No es redundancia, ¡es puritita verdad!. Qué mayor libertad que vanagloriarse a ellos mismos, lo que son, lo que defienden y representan. Revalorizar su condición de mártires, de caciques, de portadores de la única e incuestionable verdad.
Poco o nada importa la verdadera razón de la información: educar a las masas. ¡Qué va!, eso queda en segundo plano, solo para epítetos que se repiten una y otra vez al final de los discursos ocupando sitio de lugar común. No hay dudas entre los asistentes. Las estrellas son ellos, el público es mero espectador que paga su boleto y sale insatisfecho.
Terminada la gala, todos se dan por satisfechos y se retiran victoriosos, valientes y reanimados. Es hora de volver al trabajo…
… Miércoles 17 de septiembre. 09:00. Guayaquil. El reportero de televisión, Luis Antonio Ruiz, sale en busca de víctimas de la delincuencia. Micrófono en mano y con la consigna de causar conmoción se lanza detrás de historias increíbles para levantar el estupor ciudadano a través de la TV.
Pero el experimento social no le da resultados. Consulta a unos, a dos, a tres personas. Ninguna ha sido víctima del hampa. El reportero sorprendido, alaba a los cielos y en su desesperación por el morbo, acusa al positivismo de la gente de encubrir el mal que nos acecha (Qué horror). Busca, pregunta, se ríe irónicamente, no encuentra, su nota va perdiendo sentido.
De repente una luz: sale la voz de varios afectados. Pero entre ellos, uno que minimiza lo que vive Ecuador con otros países. Y sucede lo ilógico, lo imperdonable. El reportero se arranca su medallón de poder y arremete contra la crítica ciudadana. ¡Lo desmiente frente a las cámaras!, y aviva a otros curiosos a secundar su visión obtusa y excluyente.
Una vez más se repite la consigna. Lo que aprendió (o le contaron si no fue) del aquelarre del lunes. Las estrellas son ellos, el público es mero espectador que paga su boleto y sale insatisfecho.
Entre los presentes, biotipos de todo orden: empresarios, políticos-empresarios, exponentes mediáticos-empresarios, deportistas-empresarios, gurús de economía, en fin, un conglomerado de reciclados y afiliados al nuevo poder omnímodo de la palabra, ese que se nutre de la bendición de la “opinión pública” y se santigua bajo el medallón de la “imparcialidad”.
Motivo de celebración: la libertad de expresión en su máxima expresión. No es redundancia, ¡es puritita verdad!. Qué mayor libertad que vanagloriarse a ellos mismos, lo que son, lo que defienden y representan. Revalorizar su condición de mártires, de caciques, de portadores de la única e incuestionable verdad.
Poco o nada importa la verdadera razón de la información: educar a las masas. ¡Qué va!, eso queda en segundo plano, solo para epítetos que se repiten una y otra vez al final de los discursos ocupando sitio de lugar común. No hay dudas entre los asistentes. Las estrellas son ellos, el público es mero espectador que paga su boleto y sale insatisfecho.
Terminada la gala, todos se dan por satisfechos y se retiran victoriosos, valientes y reanimados. Es hora de volver al trabajo…
… Miércoles 17 de septiembre. 09:00. Guayaquil. El reportero de televisión, Luis Antonio Ruiz, sale en busca de víctimas de la delincuencia. Micrófono en mano y con la consigna de causar conmoción se lanza detrás de historias increíbles para levantar el estupor ciudadano a través de la TV.
Pero el experimento social no le da resultados. Consulta a unos, a dos, a tres personas. Ninguna ha sido víctima del hampa. El reportero sorprendido, alaba a los cielos y en su desesperación por el morbo, acusa al positivismo de la gente de encubrir el mal que nos acecha (Qué horror). Busca, pregunta, se ríe irónicamente, no encuentra, su nota va perdiendo sentido.
De repente una luz: sale la voz de varios afectados. Pero entre ellos, uno que minimiza lo que vive Ecuador con otros países. Y sucede lo ilógico, lo imperdonable. El reportero se arranca su medallón de poder y arremete contra la crítica ciudadana. ¡Lo desmiente frente a las cámaras!, y aviva a otros curiosos a secundar su visión obtusa y excluyente.
Una vez más se repite la consigna. Lo que aprendió (o le contaron si no fue) del aquelarre del lunes. Las estrellas son ellos, el público es mero espectador que paga su boleto y sale insatisfecho.
0 comentarios:
Publicar un comentario