Ansiedad

El último sorbo del café moría lentamente en su boca pero sin historia. No logró su cometido.

Arturo seguía ansioso, casi angustiado…

Era la quinta dosis de cafeína en menos de una hora. Las pocas reservas de la droga tranquilizante se agotaron sin cumplir propósito. La ansiedad que lo consumía hace tres días seguía viva y cada minuto que pasaba, en aumento.

-¿Pero qué me pasa?- Se increpó así mismo- mientras se refugiaba inocentemente en la siguiente dosis de irrealidad: su tabaco. Dos pitadas y no pudo continuar, era en vano. Sabía que algo lo inquietaba, que su espíritu percibía algo que estaba por venir pero no sabía que era, ni cómo ni por dónde harían contacto.

Los segundos pasaban con parsimonia desmedida y la paranoia se apoderaba del salón. Arturo miraba con desconfianza la puerta semiabierta. Un frío aire invernal ingresaba cual ladrón y golpeaba las ventanas traslúcidas con fuerza, creando un pánico absurdo de vez en cuando. Hasta las goteras en el techo lleno de moho le traían mala espina. La coladera de la noche pasada en plena tormenta hizo rechinar los últimos esfuerzos de los clavos en el zinc. Encerrado en su miedo indescifrable, Arturo ni siquiera había recogido las escaramuzas del agua maloliente en medio de la sala-comedor-cuarto.

-¿Me estaré volviendo loco?- Sacudió sus manos con vehemencia en el rostro- Es posible. Bueno, ya era hora de que la soledad haga su trabajo- se increpaba, mientras se guarnecía en su cama por cuarta vez en la mañana.

No intentó dormir porque no lo conseguiría - ¿Para qué gastar energías en descansar? – Volvió a mirar el techo, respiró profundo y cerró los ojos por tres segundos. Se miró asimismo, como quien busca en sus adentros respuestas pa´ lo de afuera. En la oscuridad de sus obsesivos pensamientos, debería estar la razón de tanta maldita intranquilidad.

No había pasado ni un minuto y un brinco de Arturo terminó con aquellos instantes de pureza en el ambiente. – ¡Lo tengo! gritó extasiado al espejo roto donde se reflejaba tan solo medio rostro

Se miró fijamente lo que pudo. Las canas habían ganado la batalla ya en media azotea. Sin arrugas previsibles, el paso de los silvestres dos lustros viviendo en cautiverio se descifraban en sus ojos. Profundas ojeras enmarcaban su sufrimiento, disimulados tiempo atrás con gafas oscuras para el sol. Una vez en la colina, no las necesitó más. El astro no volvió a brillar para él como en su amargo Guayaquil, solo para él, porque Arturo no quería nada que le recuerde sus recuerdos.

- No me inquieta la soledad, sino la percepción de que pronto ya no voy a estar solo-

Se sintió aliviado y tranquilo. Ya sabía, o más bien presumía, lo que iba a pasar. Cómo quien vaticina la lluvia en el campo con el relinchar de los burros, diez años encerrado en una casucha en las colinas húmedas del norte habían enseñado a descifrar las señales, sonidos y climas. Y hace tres días, así sin nada más, un pensamiento inquilino se alojó entre sus cejas, aunque el pendejo tardó en presentarse en sociedad.

Descubierto el problema, solo bastaba esperar. Preparo el sexto café, ya no como sedante, sino como vicio.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

muy buena la historia, se te da bien ese gènero. Y por supuesto me gustó que hubiera café!!! Hoy me tomè dos y ya estaba medio freak.

Saludos
NADIA

LOLA dijo...

SI, BUENA HISTORIA.

YO TENÍA UNA TIA QUE ERA VICIOSA AL CAFÉ. ERAN SEIS TAZAS ESPACIADAS EN EL DÍA DE CAFÉ PASADO CARGADO.
SI NO LOGRABA TOMAR UNA DE LAS TAZAS EN EL HORARIO ACOSTUMBRADO...POR RAZONES AJENAS A ELLA...LE DABA LA TEMBLADERA,ESCALOFRIOS, NAUSEAS , ETC.COMO A LOS ADICTOS DE LA HEROÍNA.

LOLA CIENFUEGOS

Ángel Largo Méndez dijo...

Gracias por sus comentarios..

Esta es la entrada a una historia que aspiro algun dia concluir, je je, pero quiso publicarla para ver que tal caía

Saluods