Análisis maquiavélico


Esta semana, uno de los ideólogos de este proceso político que vive el país, Alberto Acosta, sorprendió a muchos al señalar que la Revolución ciudadana tiene un “déficit de ciudadanía”, por la poca capacidad del gobierno de atraer hacia sí el impulso social como base firme para su acción política, lo que permite ubicar al título más como un slogan que como un fin.

Acosta, declarado “crítico constructivo del régimen” lamenta la poca fluidez con que el mandatario mantiene contacto con los sectores que, para él, impulsaron las condiciones socio-políticas del momento, como fueron los indígenas, manifestando así Correa poco apego a la historia de movilizaciones y victorias sociales de los sectores llamados vulnerables. Meses atrás, en el post ¿Revolución ciudadana? analizábamos el ensayo de Pablo Ospina: El Ecuador de Rafael Correa, donde explica cómo el ahora reelecto presidente asume que las pretensiones de estos movimientos sociales son individualistas y no generan una visión de país, por lo cual el desarrollo de las políticas de Estado debe estar en manos de un grupo técnico especializado sin ningún interés particular.

Con este contexto, las afirmaciones del ex presidente de la Asamblea Constituyente tienen un sustento real, y al mismo tiempo, un vaticinio fatídico. ¿Es tan malo que Correa se pelee con los grupos sociales para el avance de la revolución? Para responder aquello, me detendré a hacer un análisis maquiavélico a la situación.

Contrario a lo que puede determinar el fracaso del proyecto político del gobierno, en los apuntes del gran filósofo florentino Nicolás Machiavello encontramos una visión distinta y alentadora. En su libro Discursos, desarrolla una de las tesis fundamentales de su pensamiento: la centralidad de los intereses como núcleo de la ciencia de la política.
Para el autor del reconocido “El príncipe” la unidad de una república está en las hélices de fuerzas divergentes. La unidad es paradójica: el resultado de la diversidad y el conflicto surgen como un valor positivo, basado en un principio básico: En toda república hay dos espíritus contrapuestos: el de los grandes y el del pueblo, y todas las leyes que se hacen en pro de la libertad nacen de la desunión entre ambos.

La idea puede sonar loca pero no es tanto así. Grupos de extrema izquierda temen que la acción directa de los gobiernos en el trabajo y desarrollo de los movimientos sociales “burocratice” la lucha social, desarmando así todo tipo de reacción lógica a cualquier clase de autoritarismo, que puede venir desde el sector burgués-capitalista privado o el mismo poder estatal. La estabilidad del estado viene de la voluntad del pueblo, y no principios individuales del gobernante.

En ese sentido, esta rivalidad marcada entre varios sectores sociales con el régimen no pinta tan mal. Es simplemente el desarrollo normal entre el poder y el verdadero contrapoder, relación que se retroalimenta entre sí, si se cumplen bien los deberes: un estado que fomente una mayor participación ciudadana en forma organizada, la misma que con el tiempo se encargará de fiscalizar el accionar del propio gobierno. Eso es democracia, y no hay que alarmarse de aquello.

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