De vagabundeo estuve en el Perú la semana pasada, coincidiendo mi visita por esos avatares del destino con las fiestas del país inca, el 28 de julio para ser específico. Supuse entonces que habría fiestas en las calles, pisco por todas partes, y un feriado de casi cinco días. Pero lo calentó mis manos hundidas en el pantalón por el berraco frió limeño, fue la felicidad desbordante de un peruano sonriente que me topé al bajar del avión: Felices fiestas patrias, me dijo.
Ese recibimiento acogedor de a poco se convirtió en admiración. Todos los canales peruanos transmitían en directo las fiestas organizadas por el Gobierno y la Municipalidad de Lima en la calle. Cada corte presentaba la leyenda, Felices fiestas patrias, mientras ondeaban orgullosos su emblema bicolor. Pero lo que colmo mi vaso de asombro de todo ese fervor cívico fue el conteo final de ese lunes 27. Cual año nuevo pirotécnico, los canales, autoridades, y pueblo congregado ante las tarimas de cumbia, hicieron la cuenta regresiva para gritar un unísono: Feliz día Perú! Un año más de libertad había llegado, y lo siguieron celebrando a lo grande, en cada rincón de la tierra incaica, por varios días más.
Presenciar toda la algarabía popular me causó cierta envidia patriótica. En lo alto del Municipio y la sede de gobierno, así como las plazas y parques, la rojiblanca cubría todo. Solo esa, nada más. Nunca conocí la bandera de la capital peruana. Recordaba entonces las fiestas de esa magnitud en mi Ecuador. Comparables, solo el 9 de octubre en Guayaquil. El 3 de noviembre en Cuenca y el 6 de diciembre en Quito. Ambas desarrollan un gran marco de actividades sociales y culturales pero que no trascienden los límites territoriales de cada ciudad. Aunque tienen carácter de feriado nacional las dos primeras, para el resto del Ecuador no pasa de ser la oportunidad para descansar de la rutina diaria y dar algún paseo en la playa.
Por su parte las fechas nacionales por excelencia, el 24 de mayo y el 10 de agosto, hasta ahora solo han significado días libres y una que otra reseña en las escuelas en los lunes cívicos. No existe la invocación del nacimiento de la patria grande, a más de vagas evocaciones en los noticieros y una que otra parada militar. Y sobre todo, el ciudadano común no siente la importancia y trascendencia de la fecha, de algo que leyó hace mucho en figuritas de láminas del colegio.
Sin pretender igualar o copiar costumbres extranjeras o vecinas, la decisión del gobierno de dar la importancia y difusión que se merece el Bicentenario del Primero grito de Independencia, es un paso acertado para retomar el orgullo patriótico de nuestra gesta libertario. Fecha sin regionalismos ni nombres propios, fiesta de todos y para todos. Celebrar el nacimiento de una historia de triunfos que terminaron con la independencia del Ecuador no debe seguir siendo datos históricos a la ligera. Para comenzar a trabajar en proyectos comunes, es necesario pensar como uno solo, y un primer paso gigante en instaurar una gran fiesta que evoque nuestro sentir ecuatoriano, y nada más, solo Ecuador.
Por eso, ¡Felices fiestas patrias ecuatorianos! Feliz día Ecuador.
Ese recibimiento acogedor de a poco se convirtió en admiración. Todos los canales peruanos transmitían en directo las fiestas organizadas por el Gobierno y la Municipalidad de Lima en la calle. Cada corte presentaba la leyenda, Felices fiestas patrias, mientras ondeaban orgullosos su emblema bicolor. Pero lo que colmo mi vaso de asombro de todo ese fervor cívico fue el conteo final de ese lunes 27. Cual año nuevo pirotécnico, los canales, autoridades, y pueblo congregado ante las tarimas de cumbia, hicieron la cuenta regresiva para gritar un unísono: Feliz día Perú! Un año más de libertad había llegado, y lo siguieron celebrando a lo grande, en cada rincón de la tierra incaica, por varios días más.
Presenciar toda la algarabía popular me causó cierta envidia patriótica. En lo alto del Municipio y la sede de gobierno, así como las plazas y parques, la rojiblanca cubría todo. Solo esa, nada más. Nunca conocí la bandera de la capital peruana. Recordaba entonces las fiestas de esa magnitud en mi Ecuador. Comparables, solo el 9 de octubre en Guayaquil. El 3 de noviembre en Cuenca y el 6 de diciembre en Quito. Ambas desarrollan un gran marco de actividades sociales y culturales pero que no trascienden los límites territoriales de cada ciudad. Aunque tienen carácter de feriado nacional las dos primeras, para el resto del Ecuador no pasa de ser la oportunidad para descansar de la rutina diaria y dar algún paseo en la playa.
Por su parte las fechas nacionales por excelencia, el 24 de mayo y el 10 de agosto, hasta ahora solo han significado días libres y una que otra reseña en las escuelas en los lunes cívicos. No existe la invocación del nacimiento de la patria grande, a más de vagas evocaciones en los noticieros y una que otra parada militar. Y sobre todo, el ciudadano común no siente la importancia y trascendencia de la fecha, de algo que leyó hace mucho en figuritas de láminas del colegio.
Sin pretender igualar o copiar costumbres extranjeras o vecinas, la decisión del gobierno de dar la importancia y difusión que se merece el Bicentenario del Primero grito de Independencia, es un paso acertado para retomar el orgullo patriótico de nuestra gesta libertario. Fecha sin regionalismos ni nombres propios, fiesta de todos y para todos. Celebrar el nacimiento de una historia de triunfos que terminaron con la independencia del Ecuador no debe seguir siendo datos históricos a la ligera. Para comenzar a trabajar en proyectos comunes, es necesario pensar como uno solo, y un primer paso gigante en instaurar una gran fiesta que evoque nuestro sentir ecuatoriano, y nada más, solo Ecuador.
Por eso, ¡Felices fiestas patrias ecuatorianos! Feliz día Ecuador.
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