Dialogar, consensuar, cabildear, pactar, acordar. Cualquiera de esos verbos infinitivos están prohibidos y malditos para los dueños de la opinión pública ecuatoriana. Cada vez que una agrupación política pretende encarrilar alguno de esas acciones, el sainete de la ética retrógrada cae sobre los inmaculados servidores públicos. La tela de duda recorre sus actividades y la marca de la cruz los guiará por siempre.
Recordemos. Las antiguas aplanadoras en el extinto Congreso, cuando el PSC, ID Y DP, por decirlo al estilo farandulero nacional, “arrasaban con todo”, estaban, en su estricto derecho, realizando su labor política: acordando, consensuando y pactando. Lo malo aquí era para la gente de izquierda, que para entonces vivió una de sus épocas de mayor ostracismo, con los representantes de su ala más radical con apenas uno o dos curules mientras su tendencia más light, la socialdemocracia naranja, encontraba más paralelismos que divergencias con la fuerte derecha socialcristiana de esas épocas.
De esta realidad parlamentaria nacional, un apartado es el camisetazo y otro los movimientos independientes. El cambio de bando en el Congreso era previsible, sin importar siquiera cuestiones ideológicas, pero con la aparición de los espacios independientes y las alianzas entre movimientos, la figura tomo una forma más técnica. El llanero solitario que llegaba a su curul representando el pequeño movimiento provincial, tenía que de una u otra forma allanarse a cualquier mayoría, si en verdad quería que su voz tomara valor y no vivir de las abstenciones. Entonces, ante la mirada atenta de la prensa, su acción tomaba un tinte lógico y respetable.
Ahora seamos consecuentes pues. El poder legislativo hace y debe hacer todo eso: legisla, crea y regula normas y leyes, consulta, hace reflexiones teóricas de los proyectos propuestas, analiza, debate, critica, sugiere. Un trabajo arduo, meticuloso e importante, tanto así que se lo ordena a 120 personas para su ejecución, en un espacio donde se representan diferentes tendencias ideológicas y colores partidistas. Si se quiere llegar a un denominar común en los próximos cuatro años y sacar réditos para el país de las cuantiosas sumas administrativas y financieras que cuesta mantener el aparato legislativo, debe existir, siempre, una coalición de fuerzas que haga manejable el desarrollo de la función.
La actual conformación política de la novel Asamblea Constituyente mantiene todos estos esquemas con visiones perfeccionadas: el ostracismo pasó a la derecha, los independientes ahora forman bloques y negocian en grupo, los camisetazos ahora tienen trasbordo, es decir, primero me desafilio, actúo como independiente y luego me allanó a la mayoría que se adapta a mi ideario político. Las discordancias ideológicas continúan ¿alguien puede calificarme en ese sentido al Partido roldosista Ecuatoriano?
El accionar de los parlamentos es el mismo con el pasar de los años, con diferentes actores y nuevas técnicas de combate. Las alianzas, diálogos, consensos, pactos y acuerdos no son malas palabras, son aunque no les guste a los puristas, la razón de ser del poder que diseñó Montesquieu. Así que más allá de los escándalos mediáticos, las santiguaciones de los analistas ultra éticos y el lamento de las tiendas políticas exiliadas, algunos socialistas deben comenzar a entender que se llega a poder con las teorías de Marx, pero se gobierna con El Príncipe de Machiavello bajo el brazo.
Recordemos. Las antiguas aplanadoras en el extinto Congreso, cuando el PSC, ID Y DP, por decirlo al estilo farandulero nacional, “arrasaban con todo”, estaban, en su estricto derecho, realizando su labor política: acordando, consensuando y pactando. Lo malo aquí era para la gente de izquierda, que para entonces vivió una de sus épocas de mayor ostracismo, con los representantes de su ala más radical con apenas uno o dos curules mientras su tendencia más light, la socialdemocracia naranja, encontraba más paralelismos que divergencias con la fuerte derecha socialcristiana de esas épocas.
De esta realidad parlamentaria nacional, un apartado es el camisetazo y otro los movimientos independientes. El cambio de bando en el Congreso era previsible, sin importar siquiera cuestiones ideológicas, pero con la aparición de los espacios independientes y las alianzas entre movimientos, la figura tomo una forma más técnica. El llanero solitario que llegaba a su curul representando el pequeño movimiento provincial, tenía que de una u otra forma allanarse a cualquier mayoría, si en verdad quería que su voz tomara valor y no vivir de las abstenciones. Entonces, ante la mirada atenta de la prensa, su acción tomaba un tinte lógico y respetable.
Ahora seamos consecuentes pues. El poder legislativo hace y debe hacer todo eso: legisla, crea y regula normas y leyes, consulta, hace reflexiones teóricas de los proyectos propuestas, analiza, debate, critica, sugiere. Un trabajo arduo, meticuloso e importante, tanto así que se lo ordena a 120 personas para su ejecución, en un espacio donde se representan diferentes tendencias ideológicas y colores partidistas. Si se quiere llegar a un denominar común en los próximos cuatro años y sacar réditos para el país de las cuantiosas sumas administrativas y financieras que cuesta mantener el aparato legislativo, debe existir, siempre, una coalición de fuerzas que haga manejable el desarrollo de la función.
La actual conformación política de la novel Asamblea Constituyente mantiene todos estos esquemas con visiones perfeccionadas: el ostracismo pasó a la derecha, los independientes ahora forman bloques y negocian en grupo, los camisetazos ahora tienen trasbordo, es decir, primero me desafilio, actúo como independiente y luego me allanó a la mayoría que se adapta a mi ideario político. Las discordancias ideológicas continúan ¿alguien puede calificarme en ese sentido al Partido roldosista Ecuatoriano?
El accionar de los parlamentos es el mismo con el pasar de los años, con diferentes actores y nuevas técnicas de combate. Las alianzas, diálogos, consensos, pactos y acuerdos no son malas palabras, son aunque no les guste a los puristas, la razón de ser del poder que diseñó Montesquieu. Así que más allá de los escándalos mediáticos, las santiguaciones de los analistas ultra éticos y el lamento de las tiendas políticas exiliadas, algunos socialistas deben comenzar a entender que se llega a poder con las teorías de Marx, pero se gobierna con El Príncipe de Machiavello bajo el brazo.
1 comentarios:
En tal sentido, los antagonismos sociales son reflejo en los parlamentos, pues estos representan el momento histórico y la coprrelación de fuerzas en deternimada sotuación social. Quien ha dicho que la lucha por la conquista social solo debe de ser en el parlamento??? Son los espacios públicos la mejor arma de combate, es en ella donde se lucha en todas sus formas posibles.
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