La verdadera dictadura


Todos los días, sin cesar, los medios de comunicación hablan de dictadura, ya como adjetivo superlativo del Gobierno de Rafael Correa, elemento repetitivo en editorialistas de oposición, o palabra preferida en los grupos políticos contrarios al movimiento político del presidente. Una razón que a la fuerza, aparentemente, estos grupos pretenden ingresar en la retina del televidente, la mente del lector y los oídos del radioescucha.

La dictadura, por siglos, fue considerada como una forma de gobierno en la cual el poder se concentra en torno a la figura de un solo individuo, generalmente a través de la consolidación de un gobierno de facto, y que se caracteriza por una ausencia de división de poderes, una propensión a ejercitar arbitrariamente el mando en beneficio de la minoría que la apoya, la inexistencia de consentimiento alguno por parte de los gobernados y la imposibilidad de que a través de un procedimiento institucionalizado la oposición llegue al poder.

Estos gobiernos, que nacieron de la Roma Antigua, se han repetido en varias etapas de la historia. Mussolini en Italia, Hitler en Alemania, Pinochet en Chile, Castro en Cuba, Franco en España, y ahora Michelleti en Honduras, son muestras de autoritarismo que se traduce en poder militar llevado a la cúpula del poder. Represivos, sin autocrítica y en algunos casos hereditarios. Así funcionaron y funcionan.

Pero dentro de esta clasificación, los nuevos analistas políticos ubican a las “dictaduras constitucionales”. Es decir, dictadores con poder absoluto bajo regímenes demócratas. ¿Contradictorio verdad? Pues bien, según esta nueva visión, se produce en estados donde aparentemente se respeta la Constitución, pero en realidad el poder se concentra de manera absoluta en las manos de una persona, controlando éste, directa o indirectamente, los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial.

Sin contar lo paradójico de esta nueva clasificación, existe otro tipo de dictadura que los intelectuales han pasado por alto. La democracia que se sustenta en el mundo entero, para ser realistas con la historia, nunca ha pasado de una poliarquía. Una suerte de sistema social donde el poder económico de un grupo elitesco minoritario domina el escenario social por sobre la experiencia del sufragio universal soberano de la mayoría.

En otras palabras, cuando un gobierno ejerce un poder en las tres funciones del estado, genera en ese momento un choque entre dos fuerzas particulares, el poder soberano del pueblo contra el grupo privilegiado de la sociedad. Es la verdadera dictadura, económica y financiera, representada por los banca y la corporatocracia, dueños en su mayoría de los medios de comunicación, la que limita su accionar en las dependencias de los estado-nación cuando aparece en escena figuras políticas sustentadas en el voto popular, y que en ocasiones, por estrategias maquiavélicas o azar, formar un control mayoritario del Gobierno.

Ante el dominio totalitario de la dictadura económica, solo un cuerpo con igual capacidad de gestión puede abrir nuevos surcos. Resulta ahora que en Ecuador, lograr la separación del grupo privilegiado de las instancias del poder resulta despótico. Aunque cabe resaltar que la ruptura de ese eje merece del auspicio de elementos financieros importantes, lo que sin una adecuada participación ciudadana, puede volver a caer en el círculo vicioso. Entonces, ¿contra que dictadura debemos estar atentos?
Foto tomada del blog caraacara de Madrid España: caraacara.blogspot.com/2007_08_01_archive.html

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