Cuando mi profesor de comunicación política llegaba al curso causaba más risa que estupor. Su caminar cansino, traje estrafalario e inentendible lenguaje hacían de la cátedra final del último año de Periodismo una oda a la incoherencia. Los alumnos se le iban, conversaban a vivo voz en plena clase y hasta le dicen adjetivos a sus espaldas sin que se inmute.
Pero lo más increíble de todo, es que muchos pasaron raspando la materia. Ante la inoperancia del maestro, sacar un diez era tan fácil como hacer un análisis o resumen de un tema coyuntural de la arena política. Muchos de mis compañeros no pudieron, el maestro bonachón cobró venganza a la hora de los exámenes. Los futuros comunicadores sociales tenían poco o nulo interés en analizar la política nacional.
¿Fue culpa del profesor? o ¿el biotipo del periodista que bota nuestra universidad tiene esa falencia? Semanas atrás conversaba con una colega que se quejaba de la poca participación de periodistas titulados en los espacios de opinión en los medios. Rememoré entonces las épocas en la u. ¿Fue una premonición de la realidad actual?
En los medios encargados de representar la llamada opinión pública, los periodistas son la herramienta básica para clasificar, ordenar, e interpretar información. Son reproductores de una parte de la realidad o de su verdad sobre ella, pero a la hora del análisis, crítica u observación de las transformaciones que dicha información realiza en la sociedad están los intelectuales, expertos en diferentes ramas que lo hacen muy bien, vale aclarar.
¿Porqué nosotros no? Talvez los prejuicios ayudan a que el mismo periodista reniegue de la opinión. Muchas veces cuando trabajaba como reportero escuchaba las burlas y reproches de compañeros a los “periodistas de escritorio”, haciendo referencia a la poca capacidad de dominio real de la situación a aquellos que comentan y analizan sin salir a bregar lodo.
No obstante, el análisis de información no deja de ser un ejercicio crucial para entender y retroalimentar el periodismo. Cuando uno afronta una noticia y la difunde al lector, no existe el intercambio de ideas que hace asequible el espacio público. Es necesario iniciar una valoración subjetiva de la misma, para esperar la reacción en cadena de decenas, miles o millones de interesados en aportar con ideas. El periodismo cumple su premisa, emisor-mensaje-receptor, y vuelve a empezar.
Puede suceder entonces que, esa necesidad inherente de varios periodistas haga que difundan su posición subjetiva en el espacio informativo, creando un híbrido de consecuencias confusas. Es decir, no todos los periodistas terminan siendo como mis compañeros de aula, sino simplemente comprendieron la importancia de proyectar su criticidad siendo ellos mismos los portadores de la materia prima: la información.
Periódicos como El Comercio o El Telégrafo han abierto espacios donde sus periodistas de lodo tienen una columna al lado de la noticia del día para compartir sus verdades de escritorio, logrando un feed back con el lector a través del correo electrónico que reconforta. A lo mejor es una muestra de que las salas de redacción son las encargadas de fomentar las aptitudes de sus periodistas que malos profesores como el mío no supieron desgranar.
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