Me causó sorpresa ver hoy en El Universo la reproducción completa de un artículo del ABC color de Paraguay, donde despotrica contra ¿Lugo? ¡No! nada más y nada menos que contra el presidente Rafael Correa. Admiración no de lo que se acusa al primer mandatario (la historia del hostigamiento a la libertad de expresión) sino de dónde viene la crítica y el sentido muy parecido a la opinión de los periodistas ecuatorianos contrarios al Gobierno verde limón.
Sin embargo, en el libreto copia y pega del artículo importado a nuestra crítica editorial, anoto una muestra clara que los vicios y la cero autocrítica de la prensa “seria, objetiva e independiente” son males a nivel continental, donde todos son víctimas de los ataques de los gobiernos progresistas populistas por abanderar la única y ¿real? opción de información verdadera y calificada. Conceptos provenientes de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), gremio que acoge a los más representativos medios de comunicación de América y que mantiene una lucha cerrada hace meses contra los gobiernos de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Ya se están acercando sigilosamente a Paraguay.
¿Habían escuchado anteriormente de la SIP? Analicemos un poco su origen y conformación. Ernesto Carmona, periodista cubano, en su artículo SIP. Los amos de la empresa, explica que “Según la información corporativa de la propia entidad, la dirección de la organización está a cargo de cinco propietarios de periódicos de EE.UU., más un dueño de diarios colombiano que se desempeña como primer vicepresidente y un empleado chileno que actúa como director ejecutivo, para conformar un equipo directivo de 7 personas”.
Para hacernos una idea en el plano local, el colombiano que hace referencia Carmona es Enrique Santos Calderón, de El Tiempo de Bogotá, Colombia, el mismo diario que mostró meses atrás sin ningún desparpajo publicó una foto del asesinado comandante de las FARC Raúl Reyes acompañado supuestamente del ministro del Interior de Ecuador Gustavo Larrea, cuando en realidad era el dirigente comunista argentino Patricio Etchegaray.
La SIP fue la catapulta para establecer varios mitos que hasta ahora retumban en las paredes de redacción de la mayoría de medios del continente. Habilidosamente se hicieron llamar «cuarto poder». Teorizaron sobre una pretendida imparcialidad, aderezada con la doctrina supuestamente científica de una inexistente «objetividad», excomulgan a la prensa estatal u “oficialista” e ignora la prensa alternativa. De esta manera, ubicaron en el imaginario colectivo la verdad comprobada de que los medios y periodistas son “apolíticos” y sus razones van encaminadas siempre a mostrar simplemente los hechos tal y cual sucedieron.
Estas “reglas” impusieron lo que hoy es la verdad mediática y la opinión pública. En realidad, simples remedos de lo que gran cadena comercial detrás de los medios pretende mostrar a la sociedad. Sistema que se mantiene gracias al status quo de una democracia poco deliberativa y reflexiva, que permite y condiciona el espacio público a unos cuantos grupos o corporaciones que manejan la información como mercancía.
Me pregunto ¿acaso la SIP ha impuesto cambios profundos por el respeto del periodista? ¿Acaso se han preocupado o hecho tanta laraca por los ingresos del profesional periodístico? ¿se han preocupado por reordenar o abogar por la aplicación de la ley del Periodista en los países latinos, norma que en Ecuador data desde los años 70 olvidada y expirada? ¿Fomentan la inclusión de los medios alternativos como espacios de reproducción ciudadana?
No amigo lector, nada de eso, la integridad de su materia prima, el periodista, y su objetivo básico, informar a la ciudadanía, no está en los planes del gremio internacional. Para la SIP y sus ahijados en Ecuador, Paraguay y demás países latinoamericanos, la premisa es una sola, defender la libertad de prensa, su libertad de prensa, que en palabras de Arturo Lauretche, tan sólo es una máscara de la libertad de empresa. En ese sentido, tendremos que seguirnos tragando el cuento de la objetividad, imparcialidad y veracidad de los medios tradicionales, amos y señores de la opinión pública, siempre y cuando les sigamos creyendo.
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